Montevideo, primeras impresiones


Aquellos dos primeros días en Uruguay fueron sofocantes, todos los que me presentaron decían que no era lo normal, que había aterrizado en los días más calurosos del verano, que a ver cuando llovía... Yo estaba encantado, había pasado mucho frío en el sur de Chile, aún siendo verano, como para quejarme de quitarme mangas largas y ropas gruesas. Además, más allá del clima, entrar en un país nuevo para mi, conocer la ciudad de Montevideo y la ilusión de una nueva etapa en este año de viajes y experiencias inolvidables hacía del calor algo anecdótico.

Recuerdo que la primera impresión desde el avión al dejar Chile, atravesar la pampa argentina, sobrevolar Buenos Aires, cruzar el río de la Plata y seguir su margen hasta Montevidéo, fue que ya no había montañas ni cordilleras, que alguíen había planchado el paisaje dejando escasas ondulaciones, casi imperceptibles desde el aire y que se tendían lísas en una costa verde y generosa. Una vez en tierra, Marcelo me recibió espléndido como siempre. Recorrimos la Rambla desde Carrasco hasta el Puerto, y en la tarde llegamos al Cerro, así di un primer vistazo a la ciudad.

Montevideo es diáfana, llena de luz, abierta en la rivera y sombreada en sus calles. Algunos tramos de la línea de costa me recordaron a La Coruña, sólo que aquí todo es más extenso. Las ramblas que forman el paséo marítimo son el principal pulmón de la cuidad, con amplias playas, espacios deportivos y rincones para el arte. Y hacia dentro, las calles arboladas invitan al paseo desde la ciudad vieja hasta los parques y plazuelas interiores.

Así llegué al colegio del Sagrado Corazón, conocido como Colegio Seminario, donde resido estos dos meses. Es un ejemplo de la arquitectura jesuítica de las grandes ciudades, con gran iglesia, colegio, comunidad y mucha vida desde los niños que inician su jardín de infancia hasta los jesuitas mayores de la enfermería de la provincia. Allí saludé a familiares de Tucho y María, mis uruguayos favoritos en Coruña, con el deseo de establecer más contacto en estos meses. El colegio es un buen lugar para vivir, céntrico, conocido y con buenas comuncaciones para llegar a los otros centros jesuíticos que conocí en los dos primeros días en Montevideo: La casa de espiritualidad Manresa y Curia, la Parroquia de Fátima en el Cerro, El colegio Monseñor Isasa con la Parroquia de San Ignacio, y la Universidad Católica en la que comencé a conocer a la gente con la que saldría enseguida de misión a Tacuarembó. Aquél primer día terminó con una espléndida cena a pie de playa con Marcelo y Pablo en Ché Montevideo. Una bienvenida espectacular.

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