Misión en Tacuarembó


Dos días en Montevideo y paso al frente. Me embarco en un autobús hacia el interior con más de cien universitarios para misionar en los alrededores de la ciudad de Tacuarembó. El Obispo de la zona había pedido a la Compañía esta misión y desde la Universidad Católica, que llevamos los jesuitas en Montevideo, se organizó el año pasado la primera experiencia que resultó un éxito. Durante el curso, los estudiantes han estado en grupos de misión preparando la vuelta a la región, fortaleciendo los vínculos del grupo y pensando nuevos talleres y actividades para cada una de las áreas de misión. La zona que me asignaron a mi se llama Zapará, y me hace gracia verlo escrito porque desde el principio fue para mi "Sapará". Por estas latitudes se usa el seseo y el "vos" en lugar del "tú", se sigue diciendo el "ustedes" como forma cercana en lugar del lejano "vosotros" y lo más peculiar es el sonido suave de "sh" cuando se pronuncia la 'Y' o la 'LL'.

La misión lograba reunir desde la Red Juvenil Ignaciana y la pastoral de la Universidad Católica a estudiantes de muy distintas procedencias eclesiales. La mayoría pertenecían a grupos de espiritualidad ignaciana, y también había de todos los grupos cristianos católicos conocidos, sin importar etiquetas, lo cual hacía muy interesante la unión de ánimos para llevar adelante la misión. Al llegar a Tacuarembó nos alojamos en nuestro colegio, San Javier (santo muy propicio para salir a misionar), y de allí partimos en procesión hasta llegar a la catedral donde nos esperaba el Obispo para celebrar juntos la misa de envío de la misión. Aquel recorrido por las calles fue espectacular. Íbamos rezando el rosario, cantando a voces y palmas, animando a la gente a unirse a la la marea de jóvenes con la misma camiseta rojiblanca que avanzaba por las calles hasta tomar el centro de la ciudad. Fue una expresión pública de ser Iglesia joven que tal vez, rechinaría en otras latitudes pero que allí era algo necesario, significaba tener voz, salir del cristianismo anónimo y dar el pistoletazo de salida para la misión.

El grupo de Zapará estab a compuesto de 17 personas. La mayoría uruguayos, pero también había de otras nacionalidades: un argentino, dos chilenos, una monja filipina y yo. Eramos dos jesuitas, el otro aún en formación, así que yo era el único sacerdote. Toda una alegría para el grupo ya que el año anterior no habían tenido cura y eso les animó. Es gracioso que algunos niños de Zapará no se creían que yo fuera cura porque era demasiado joven para ello. Se ve que el envejecimiento del clero es preocupante, y a mi me va a tocar ser joven oficialmente hasta dentro de muchos años.
Nos alojábamos en una capilla. E n ella dormíamos los chicos y ellas, hablaban más que dormir, en las piezas contiguas. Teníamos luz y un pozo para sacar agua con una de esas bombas a manubrio de las que salían en las películas del oeste (y que son mucho mejores que andar tirando de una cuerda para sacar un cubo). Para cocinar y comer, nos habían prestado la cocina y comedor de una escuelita cercana a nuestra capilla. Un día del grupo misionero consistía en levantarse pronto, desayunar y prepararse para hacer un rato de oración antes ser enviados a misionar. Por la mañana salíamos de dos en dos para recorrer la zona conversando con las gentes en sus casas e invitándoles a las actividades de la tarde. A mi me tocaba visitar a los enfermos y mayores para darles los sacramentos. También nos dedicamos a bendecir las casas, aunque como el grupo aprendió bien, no se bendicen las cosas sino a las personas que viven ellas, que rezan ante una imagen, que viajan en un vehículo, etc. El tema de las bendiciones dio para más de una anécdota porque hubo misioneros que bendijeron hasta el camión que les cogió por el camino. (por cierto, este último verbo tampoco se puede decir)

Cuando regresábamos a la escuela, una pareja de misioneros se había adelantado para cocinar, y después de la siesta comenzaban las actividades de la tarde que se ofrecían a tres grupos: niños, jóvenes y adultos. Luego, cada grupo presentaba en la eucaristía lo que habían realizado juntos. Las actividades de niños y jóvenes eran sobre todo lúdicas, pero entre juego y juego les íbamos hablando del Evangelio y de mejorar las relaciones entre unos y otros. Con los mayores pudimos compartir sus sufrimientos, su fe y su esperanza, como quienes tejen juntos la vida de la Iglesia. Así, tras la misa, volvíamos a ir a la escuela para cenar y después de desvariar, jugar, charlar y contar las anécdotas de la jornada, teníamos juntos otro rato de oración para recoger el día antes de ir a dormir. La experiencia era bastante intensa y pronto nos dimos cuenta de que no éramos nosotros los que llevábamos la misión a las gentes de Zapará, también eran ellos quienes nos misionaban al grupo con su generosidad y disponibilidad. Cada pareja de misión se sentía recorriendo cada día el camino de Emaús, encontrando a Dios en cada casa y compartiendo las alegrías y dolores de cada familia. Con el cansancio del camino, pues las casas distan leguas unas de otras, y la intensidad de los días de misión, todos fueron sacando lo que traían o cargaban en su mochila interior. Para mi fue un gozo profundo compartir y acompañar la riqueza y la vida de cada uno del grupo de misioneros.

Los momentos más destacados fueron el día que fuimos al pueblo siguiente, llamado Quiebra Yugo, donde no se había celebrado misa en muchos meses; el miércoles de ceniza que lo celebramos en el cementerio; el bautizo de Tiara Soledad y Franco Leonardo, el Via Crucis viviente del primer viernes de Cuaresma, y el fogón final de la última noche en Zapará en el que nos quedamos bailando y cantando hasta tarde con la gente del pueblo. Y así muchos momentos de misión que unieron al grupo y a la gente de allá con la alegría de haber vuelto y de volver el año que viene. Lastima que esa tercera parte ya no me tocará a mi. La misión terminó de nuevo en la catedral en una misa con el Obispo en acción de gracias por tanto bien recibido. Por la noche, nos juntamos de nuevo todos los grupos a festejar hasta tarde, parecía el final de un cómic de Asterix pero sin Jabalí y con más de un bardo suelto por las mesas.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Ya estamos esperando la siguiente entrega. Por cierto ¿La foto del caballo es con Fotoshop?. Javier