Paseo por la Ciudad Vieja


Montevideo está llena de rincones, mis favoritos son los de la Ciudad Vieja, allá donde nació esta capital a finales del siglo XVII. En la Plaza Matriz, la catedral domina sobre la sombra de los plátanos apuntando al cielo con sus torres coloniales. Entre las casas vecinales, tiendas y boliches se descubren las casas señoriales como el palacio Taranco o el Club Uruguay. En los aledaños las calles son tranquilas, las terrazas de los cafes invitan a pausar los paseos y contemplar los encantos de la plaza Zabala o el Mercado del Puerto.

Caminando encontré la Cripta del Señor de la Paciencia, bajo la Iglesia de San Francisco que está en restauración. Lo que me llamó más la atención fueron las paredes de la cripta, toda ella está escrita por personas que acuden a rezar. Son peticiones con los pies en la tierra y el corazón en el cielo. Los muros contienen ya varias capas de escrituras distintas, como si el paso del tiempo fuera borrando aquellas gracias ya concedidas. Así fui releyendo desde las caligrafías más acendradas, escritas a lápiz de carbón que van desapareciendo como volutas de humo gris, hasta las oraciones más breves, rasgadas aprisa con fuerza indeleble de tinta negra. Me quedé haciendo mía la oración de otros y pidiendole al Señor de la Paciencia que les ayudase en sus cuitas.

JdeP Te Ve

Llegó el momento de modernizarme y crear mi propio canal de televisión. Lo he llamado con el ridículo nombre de "JdeP Te Ve" porque aunque en España dirían "te uve" así queda claro que los contenidos del canal son los vídeos que yo veo. Algunos los uso en pastoral, otros están en páginas de amigos y otros simplemente son divertidos o curiosos. Así guardo en mi canal aquellos vídeos que quiero compartir, si quieren darme nuevas direcciones de vídeos para añadir, no lo duden. Para verlo no hay más que picar en el centro, si le dan un poco más abajo del centro lo pueden ver en pantalla completa y para pasar a otro vídeo hay que picar donde dice "siguiente" . Dentro de unos días me han invitado a un programa de Radio María, supongo a lo mejor puedo traerme algún corte e integrarlo en estas páginas. De momento, me contento con mostrarles la imagen de la Torre de las Comunicaciones de Montevideo, un edificio notorio que preside el puerto de la ciudad. Quien sabe, pronto emitiremos desde allí.

Encuentros en La Floresta


La Floresta es una zona de playas donde tenemos una casa para encuentros y retiros. La casa corre el riesgo de convertirse en mi segundo hogar, dado que estoy pasando por allí los fines de semana, algunas jornadas de convivencia con alumnos entre semana, también iré para acompañar ejercicios y celebrar la Pascua Joven en Semana Santa. Sin embargo, que yo vaya allá no es el riesgo más urgente de la casa, lo es el avance implacable del mar que se va comiendo poco a poco el jardín de la finca amenazando con llevarse con él la capilla... Si es que, la casa construida sobre arena...

El primer encuentro allá fue el de los voluntarios que a lo largo del año acompañan los distintos movimientos pastorales de los colegios. Son universitarios que aceptan el compromiso de acompañar a los alumnos en sus correrías solidarias, voluntariados sociales, campamentos, y demás apostolados. Gente muy sana sin la que la pastoral de nuestros centros sería imposible y que hacen mucho bien a su alrededor. Estos movimientos tienen muchos nombres distintos según las etapas y el colegio (Magis, Castores, MEI, Horneros, la Olla, grupo...) pero tienen en común la opción por ayudar a los demás, la oración, el crecimiento en la fe y el pasarlo lo mejor posible juntos. Algunos de estos movimientos tienen mas de cincuenta años y siguen siendo un modelo válido para la pastoral, en un ambiente tanto o más secularizado que España.
Mis demás visitas a La floresta están siendo con las Jornadas de Integración del colegio en el que vivo, son muy parecidas a nuestras convivencias escolares y me hacen sentirme de nuevo en el campo de batalla colegial. Así pasé el día de San José, de convivencias, pude bañarme en el Rio de la Plata, todo un regalo, y por la noche estuve con los amigos de Zapará celebrándo el santo en la Plaza del Entrevero con música en directo, despidiendo los últimos aires del verano.

Misión en Tacuarembó


Dos días en Montevideo y paso al frente. Me embarco en un autobús hacia el interior con más de cien universitarios para misionar en los alrededores de la ciudad de Tacuarembó. El Obispo de la zona había pedido a la Compañía esta misión y desde la Universidad Católica, que llevamos los jesuitas en Montevideo, se organizó el año pasado la primera experiencia que resultó un éxito. Durante el curso, los estudiantes han estado en grupos de misión preparando la vuelta a la región, fortaleciendo los vínculos del grupo y pensando nuevos talleres y actividades para cada una de las áreas de misión. La zona que me asignaron a mi se llama Zapará, y me hace gracia verlo escrito porque desde el principio fue para mi "Sapará". Por estas latitudes se usa el seseo y el "vos" en lugar del "tú", se sigue diciendo el "ustedes" como forma cercana en lugar del lejano "vosotros" y lo más peculiar es el sonido suave de "sh" cuando se pronuncia la 'Y' o la 'LL'.

La misión lograba reunir desde la Red Juvenil Ignaciana y la pastoral de la Universidad Católica a estudiantes de muy distintas procedencias eclesiales. La mayoría pertenecían a grupos de espiritualidad ignaciana, y también había de todos los grupos cristianos católicos conocidos, sin importar etiquetas, lo cual hacía muy interesante la unión de ánimos para llevar adelante la misión. Al llegar a Tacuarembó nos alojamos en nuestro colegio, San Javier (santo muy propicio para salir a misionar), y de allí partimos en procesión hasta llegar a la catedral donde nos esperaba el Obispo para celebrar juntos la misa de envío de la misión. Aquel recorrido por las calles fue espectacular. Íbamos rezando el rosario, cantando a voces y palmas, animando a la gente a unirse a la la marea de jóvenes con la misma camiseta rojiblanca que avanzaba por las calles hasta tomar el centro de la ciudad. Fue una expresión pública de ser Iglesia joven que tal vez, rechinaría en otras latitudes pero que allí era algo necesario, significaba tener voz, salir del cristianismo anónimo y dar el pistoletazo de salida para la misión.

El grupo de Zapará estab a compuesto de 17 personas. La mayoría uruguayos, pero también había de otras nacionalidades: un argentino, dos chilenos, una monja filipina y yo. Eramos dos jesuitas, el otro aún en formación, así que yo era el único sacerdote. Toda una alegría para el grupo ya que el año anterior no habían tenido cura y eso les animó. Es gracioso que algunos niños de Zapará no se creían que yo fuera cura porque era demasiado joven para ello. Se ve que el envejecimiento del clero es preocupante, y a mi me va a tocar ser joven oficialmente hasta dentro de muchos años.
Nos alojábamos en una capilla. E n ella dormíamos los chicos y ellas, hablaban más que dormir, en las piezas contiguas. Teníamos luz y un pozo para sacar agua con una de esas bombas a manubrio de las que salían en las películas del oeste (y que son mucho mejores que andar tirando de una cuerda para sacar un cubo). Para cocinar y comer, nos habían prestado la cocina y comedor de una escuelita cercana a nuestra capilla. Un día del grupo misionero consistía en levantarse pronto, desayunar y prepararse para hacer un rato de oración antes ser enviados a misionar. Por la mañana salíamos de dos en dos para recorrer la zona conversando con las gentes en sus casas e invitándoles a las actividades de la tarde. A mi me tocaba visitar a los enfermos y mayores para darles los sacramentos. También nos dedicamos a bendecir las casas, aunque como el grupo aprendió bien, no se bendicen las cosas sino a las personas que viven ellas, que rezan ante una imagen, que viajan en un vehículo, etc. El tema de las bendiciones dio para más de una anécdota porque hubo misioneros que bendijeron hasta el camión que les cogió por el camino. (por cierto, este último verbo tampoco se puede decir)

Cuando regresábamos a la escuela, una pareja de misioneros se había adelantado para cocinar, y después de la siesta comenzaban las actividades de la tarde que se ofrecían a tres grupos: niños, jóvenes y adultos. Luego, cada grupo presentaba en la eucaristía lo que habían realizado juntos. Las actividades de niños y jóvenes eran sobre todo lúdicas, pero entre juego y juego les íbamos hablando del Evangelio y de mejorar las relaciones entre unos y otros. Con los mayores pudimos compartir sus sufrimientos, su fe y su esperanza, como quienes tejen juntos la vida de la Iglesia. Así, tras la misa, volvíamos a ir a la escuela para cenar y después de desvariar, jugar, charlar y contar las anécdotas de la jornada, teníamos juntos otro rato de oración para recoger el día antes de ir a dormir. La experiencia era bastante intensa y pronto nos dimos cuenta de que no éramos nosotros los que llevábamos la misión a las gentes de Zapará, también eran ellos quienes nos misionaban al grupo con su generosidad y disponibilidad. Cada pareja de misión se sentía recorriendo cada día el camino de Emaús, encontrando a Dios en cada casa y compartiendo las alegrías y dolores de cada familia. Con el cansancio del camino, pues las casas distan leguas unas de otras, y la intensidad de los días de misión, todos fueron sacando lo que traían o cargaban en su mochila interior. Para mi fue un gozo profundo compartir y acompañar la riqueza y la vida de cada uno del grupo de misioneros.

Los momentos más destacados fueron el día que fuimos al pueblo siguiente, llamado Quiebra Yugo, donde no se había celebrado misa en muchos meses; el miércoles de ceniza que lo celebramos en el cementerio; el bautizo de Tiara Soledad y Franco Leonardo, el Via Crucis viviente del primer viernes de Cuaresma, y el fogón final de la última noche en Zapará en el que nos quedamos bailando y cantando hasta tarde con la gente del pueblo. Y así muchos momentos de misión que unieron al grupo y a la gente de allá con la alegría de haber vuelto y de volver el año que viene. Lastima que esa tercera parte ya no me tocará a mi. La misión terminó de nuevo en la catedral en una misa con el Obispo en acción de gracias por tanto bien recibido. Por la noche, nos juntamos de nuevo todos los grupos a festejar hasta tarde, parecía el final de un cómic de Asterix pero sin Jabalí y con más de un bardo suelto por las mesas.

Montevideo, primeras impresiones


Aquellos dos primeros días en Uruguay fueron sofocantes, todos los que me presentaron decían que no era lo normal, que había aterrizado en los días más calurosos del verano, que a ver cuando llovía... Yo estaba encantado, había pasado mucho frío en el sur de Chile, aún siendo verano, como para quejarme de quitarme mangas largas y ropas gruesas. Además, más allá del clima, entrar en un país nuevo para mi, conocer la ciudad de Montevideo y la ilusión de una nueva etapa en este año de viajes y experiencias inolvidables hacía del calor algo anecdótico.

Recuerdo que la primera impresión desde el avión al dejar Chile, atravesar la pampa argentina, sobrevolar Buenos Aires, cruzar el río de la Plata y seguir su margen hasta Montevidéo, fue que ya no había montañas ni cordilleras, que alguíen había planchado el paisaje dejando escasas ondulaciones, casi imperceptibles desde el aire y que se tendían lísas en una costa verde y generosa. Una vez en tierra, Marcelo me recibió espléndido como siempre. Recorrimos la Rambla desde Carrasco hasta el Puerto, y en la tarde llegamos al Cerro, así di un primer vistazo a la ciudad.

Montevideo es diáfana, llena de luz, abierta en la rivera y sombreada en sus calles. Algunos tramos de la línea de costa me recordaron a La Coruña, sólo que aquí todo es más extenso. Las ramblas que forman el paséo marítimo son el principal pulmón de la cuidad, con amplias playas, espacios deportivos y rincones para el arte. Y hacia dentro, las calles arboladas invitan al paseo desde la ciudad vieja hasta los parques y plazuelas interiores.

Así llegué al colegio del Sagrado Corazón, conocido como Colegio Seminario, donde resido estos dos meses. Es un ejemplo de la arquitectura jesuítica de las grandes ciudades, con gran iglesia, colegio, comunidad y mucha vida desde los niños que inician su jardín de infancia hasta los jesuitas mayores de la enfermería de la provincia. Allí saludé a familiares de Tucho y María, mis uruguayos favoritos en Coruña, con el deseo de establecer más contacto en estos meses. El colegio es un buen lugar para vivir, céntrico, conocido y con buenas comuncaciones para llegar a los otros centros jesuíticos que conocí en los dos primeros días en Montevideo: La casa de espiritualidad Manresa y Curia, la Parroquia de Fátima en el Cerro, El colegio Monseñor Isasa con la Parroquia de San Ignacio, y la Universidad Católica en la que comencé a conocer a la gente con la que saldría enseguida de misión a Tacuarembó. Aquél primer día terminó con una espléndida cena a pie de playa con Marcelo y Pablo en Ché Montevideo. Una bienvenida espectacular.