


Llegué y partí en el buque que une en menos de tres horas las capitales Argentina y Uruguaya. La primera tarde me perdí entre las librerías y tiendas de música de la calle Corrientes, cerca del Colegio donde me alojaba. Miraba deslumbrado los grandes carteles de los teatros dejándome envolver por las luces, el tráfico y el ruido de la urbe. Bajé caminando toda la avenida de Mayo, desde el Congreso hasta la Casa Rosada, muchas fachadas me trajeron aires madrileños, y otros barrios como la Boca o San Telmo me llevaron de nuevo a una ciudad abigarrada, ditirámbica, encantadora, ruidosa y tanguera.


También fueron días de amistad. El superior de la comunidad del colegio es Juan Berli, con el que coincidí en Madrid en los años de filosofía yo y teología él. Volví a ver a Gus del grupo de Zapará, que me enseñó Puerto Madero y el microcentro. Juan Carlos, jesuita con el que viví en la Ventilla que me llevó a degustar un excelente asado argentino y los primos Cucho y Viole con los que estuve en su casa y en el teatro disfrutando del Fantasma de la Opera. Les Luthiers empezaban la temporada una semana más tarde, así que tendré que volver. Los jesuitas del colegio me trataron estupendamente y tras conocer la organización de la pastoral y las actividades para las distintas edades del colegio me llevaron a dar un paseo por más lugares típicos de la ciudad. La verdad es que pocos días peiné suficientemente Buenos Aires y me sentí un poco más ciudadano del mundo.




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