Despedida en Calera


Salir de Chile después de siete meses no es fácil, y si encima vuelvo a Calera de Tango que fue mi pequeña patria espiritual, todo se hace cuesta arriba, sin saber qué depararán los futuros pasos. La alegría enorme de ver de nuevo a Juanjo, el poder contarle a Juan Ochagavía cómo fueron las cosas y el reencuentro con viejos amigos como Juan Pablo y Bernd, hicieron todo mucho más fácil. Con Juanjo estuve charlando hasta tarde aprovechando la placidez de Calera y los buenos sabores de la zona, luego celebré allí mi última misa en Chile y salí de la casa colonial a las cuatro y media de la mañana para tomar un vuelo tempranero para Montevideo. Juanjo me llevó al aeropuerto y así nos terminamos de poner al día en nuestros recorridos por el mundo, en lo que nos ha hecho vibrar y en lo que nos conmueve mirando hacia el futuro cuando lleguemos de nuevo a España. De momento, doy infinitas gracias a Dios por todo lo vivido en Chile y me lleno de esperanza para lo que venga en Uruguay.

Araucanía Andina


La segunda semana fue más movida ya que fui con otros tres jesuitas a dar una vuelta por la Araucanía Andina. Esta zona está plagada de lagos y volcanes, entre parques nacionales y reservas naturales. Allí en campings y cabañas pude dormir a pierna suelta y recuperar tiempo para ponerme a contemplar y pintar de nuevo. Dimos largos paseos para llegar a cascadas remotas y cráteres humeantes. Visitamos termas de aguas que salían ardientes de la tierra. Cocinamos al calor de la hoguera y todo invitaba a quedarse charlando hasta que se extinguía la última brasa. Estos días han sido la mejor despedida de Chile, un país al que estoy muy agradecido en sus Jesuitas y en sus gentes por tanto bien compartido.


Descanso en la Isla

Tras un mes de enero tan apostólico no faltaron unas estupendas vacaciones con los jesuitas chilenos. Fueron don semanas, la primera estuve con los jesuitas jóvenes estudiantes de teología en la isla de Chinquío, también llamada “la isla de los curas” porque en ella tenemos una casa de retiros y ejercicios espirituales para los colegios de Puerto Montt. Ya os hablé de ella en entradas anteriores, pero lo cierto es que la casa y la isla eran ideales para campamentos con chicos pero en vacaciones siempre tienes que estar pendiente de que alguien te pase a recoger a remo si vas a la ciudad.
La primera noche fuimos a Carelmapu a ver la procesión de la Candelaria, allí llevan a la virgen en barco y tras recorrer la bahía, los buzos del pueblo la reciben en el agua con antorchas acompañando el barco de la Virgen hasta que la llevan al puerto donde esperaba la imagen de San Pedro.


En la plaza, entre avemarías y aplausos de la multitud que celebraba con fervor la noche de las antorchas, varias parejas bailaron cuecas en honor de la Virgen y luego llevaron las andas a la capilla donde los buzos recibieron la bendición para el año próximo. Aquellos hombres de mar, ajados por años de duro trabajo tenían la mirada perdida de aguantar la brega cotidiana en la presión de la profundidad, pero esa noche vestían con orgullo sus trajes de goma negra gastada como su piel cetrina.

El resto de la semana en la isla fue muy tranquila, ideal para recuperar el sueño perdido, para rezar, descansar en la playa, jugar a las cartas y seguir visitando los alrededores de Puerto Montt. Como esta capilla construida por jesuitas hace más de tres siglos. El acrónimo del nombre de Jesús - IHS - inscrito entre tejuelas de alerce en el rosetón frontal es todo un testimonio de lo que antiguamente eran las misiones circulares jesuíticas en esta zona. Mi oración en estos días consistía poner delante de Jesús y recordar los rostros de los cientos de personas que conocí en las experiencias de enero: los Campamentos de Formación de Chinquío y Pirque, los Trabajos de Verano de Puerto Montt, la Formación para la Misión de los de CVX en Concepción, y finalmente los rostros de las gentes y los jóvenes de las Misiones en las Islas Desertores.

Un buen recuerdo


Al llegar a Puerto Montt quedamos en casa del Caco todos los que habíamos participado en las misiones para ver fotos y recordar los mejores momentos. Allí mismo les grabé esta versión de la canción “Cosas de Locos” que había sido nuestra banda sonora los últimos días. Ya saben que esta canción me ha acompañado muchos años (fue la que por sorpresa me cantaron Ainhoa y Diego en mi primera misa) y que agradezco a sus creadores Alberto y Emilia el haberla escrito (si hay problemas de derechos de autor, díganmelo y la quito sin problemas). En esta versión ambas voces son mías grabadas de forma superpuesta, no es ninguna maravilla pero puede servir como un buen recuerdo y una oración para que nos sigan llamando locos a los que queremos un mundo mejor.

Para oirlo dadle al "play" de este reproductor: Si va entrecortado, dejad que cargue la canción, es lento, qué le vamos a hacer...

Islas Desertores


Hace cuatro siglos los jesuitas evangelizaron gran parte de las islas que están entre Chiloé y el continente. Para organizar estas misiones jesuíticas, en cada isla los habitantes nombraban un fiscal que era la autoridad comunitaria tanto en lo religioso como en lo civil. Así creció una iglesia llevada por laicos que sigue viva hasta el día de hoy y a la que me acerqué en misión con jóvenes que recién habían terminado el colegio. Ha sido un broche de oro para cerrar este mes de enero dedicado a fondo a conocer y acompañar las actividades de la pastoral juvenil chilena.

Para nuestros grupos de Puerto Montt era la primera vez que se hacían misiones en las Islas Desertores. El término misión aquí significa una expedición en grupo para compartir la fe, el trabajo y la vida de una comunidad cristiana que está geográficamente o socialmente apartada de la vida normal del país. Este es el caso de las Islas Desertores, pobladas por familias Huillinches de los habitantes originarios de Chile. Antiguamente las islas se llamaban Islas Desiertas, y así aparecen en los mapas de los antiguos jesuitas porque allí no vivía nadie. Luego el nombre evolucionó a Islas Desertores decían que allí se refugiaban los que no querían ir al ejército, pero no hay certeza del porqué del cambio. En total son un grupo de seis islas: Chuit, Autení, Nayahue, Chulín, Imerquiña y Talcán. Yo me moví entre las tres primeras.

Salí de Puerto Montt a las diez de la mañana y llegué a la isla de Chuit once horas después, tras un rosario de microbuses, transbordadores, y un trayecto en lancha de más de dos horas. Todos los transportes encajaron a la perfección y casi se puede decir que llegué en un tiempo record a pesar de la lluvia y que el mar cada vez estaba en peores condiciones para navegar. Los de la barca pudieron comprobar que soy de tierra adentro y aunque mi equilibrio era penoso al menos no me mareé.

Una vez en la Isla me dedique primero a visitar a los enfermos y personas mayores que estaban más aislados. Se notaba que los jóvenes del grupo de misión ya habían pasado casa por casa y mi llegada con ellos siempre fue bienvenida y deseada. Todo el movimiento por la isla es a pie, sólo hay caminos estrechos junto a los linderos y no usan carros sino trineos para no quedarse enarenados. Tras las unciones de enfermos vinieron las bendiciones de las casas, a la vez que las eucaristías de la comunidad y los bautizos. El último sacerdote había pasado por allá en el mes de octubre y había que aprovechar para compartir los sacramentos lo más posible. Yo nunca había sentido mi ser sacerdote como algo tan valioso para la gente y esto me llamaba más a la oración para poder estar a la altura de lo que esta buena gente esperaba de mi. Esta comunidad nos dio todo lo que tenía y nos pedían perdón por no poder ofrecernos más.

Así pasé por dos islas: Chuit y Autení, más tarde llegaron unas gentes de la isla de Nayahué para decirme: “Padre, llevamos tres días persiguiéndole, y queríamos pedirle por favor que venga a bautizar a nuestra hija”. Conmovido por su fe y su tesón al día siguiente fui a su isla a celebrar la misa y el bautismo de Isaura. Fue una fiesta para toda Nayahué y aunque este año no pudimos hacer la misión allí, ya tenemos puesto un pie para el año próximo.

Especial mención merece el día en que toda la isla de Chuit nos preparó un curanto. Los preparativos habían comenzado casi antes de llegar nosotros a la isla: los buzos habían bajado a mariscar las cholgas, las almejas y los choros, habían cosechado las papas, las arvejas y las habas, cortaron las hojas de nalcas y los tepes de pasto y fueron a buscar a otras islas la carne juntando dinero para la comida y los viajes. Todo sin que nosotros supiéramos el esfuerzo que suponía para ellos. El día del curanto yo llegué desde Autení a Chuit. Desde por la mañana había dos equipos en acción: las mujeres preparaban unas masas de patata y otras de pan que se llaman milcaos y chapaleles, mientras los hombres hacían una inmensa hoguera donde calentaban piedras al rojo vivo en tres hoyos. Cuando la leña se consume y se apartan las cenizas se colocan por capas todos los ingredientes siguiendo un orden cuidadoso de mariscos, carnes y masas, con hojas y tepes y se deja que el calor de las piedras vaya cocinando toda una montaña humeante como un volcán. El momento de abrirlo es como un parto y pronto las mesas están llenas de comida, el banquete terrenal está asegurado como anticipo de lo que será el del Reino de los cielos. Allí todo el mundo puso de su parte para agasajarnos con lo mejor que tenían con una unión y trabajo en equipo envidiables. Desde la mañana que comenzaron las masas, luego vino la comida a la tarde, los bailes, y al final terminamos de noche con una gran fogata junto a la playa cantando a la guitarra, agradeciendo tanto bien recibido.

Nunca había estado en unas misiones parecidas, sé que lo que os cuento suena muy hermoso, pero la realidad es dura en su pobreza y su abandono. Ya sabéis que no me gusta ensañarme con el lado amargo de lo que veo, ni me va el regodeo en la miseria. Para el grupo la experiencia evangélica de encontrar el tesoro escondido en estas islas pasa por quitar mucha maleza y capas de tierra de las que pensamos que no podemos prescindir. En las islas hay que olvidar toda comodidad como el agua corriente, la electricidad, los cuartos de baño, etc. Las condiciones de vida del grupo de misión eran similares a las de los isleños y me estremezco al pensar como serán los inviernos para aquellas gentes, si ya en el supuesto verano hacía bastante frío, encomiendo a Dios a todos los mayores que he conocido.

El toque final de la misión fue casi estrambótico ya que un barco hospital de la armada chilena nos pasó a recoger isla por isla y así llegamos en sólo cinco horas a Puerto Montt. En la proa del barco, en la versión católica del Titánic, y sin hundirse, celebramos la Eucaristía en alta mar. Dios no deja de regalarse al mundo.